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Editorial




          pirado en el riego y abono de mitos, prejuicios y estereotipos al respecto. Así, las ideas de
          dependencia, inferioridad, subordinación, propiedad o posesión, se perpetúan en mentes
          individuales sin cuento y en los imaginarios colectivos. En clara dependencia funcional de
          todo ello, surgen y se reproducen esas perversas cogniciones tóxicas acerca de la mujer y
          “lo femenino” que anidan en la caldera motivacional de tantos varones agresores. Estamos
          ante infracciones cometidas por individuos singulares, obviamente; pero el clima cultural
          al respecto es cómplice en alto grado de “cooperador necesario”. Hablamos de algo más
          que el machismo: se trata de unos códigos representacionales de molde “androcéntrico”, y
          desde cuya atalaya no queda sino ver distorsionadas las relaciones humanas mediadas por
          el género.

          Por supuesto, es la etapa evolutiva adolescente un período clave para inicidir, para inocular
          defensas, en este panorama. Es, pues, en estos espacios donde se alcanza mayor eficacia para
          que se pueda extirpar definitivamente el modelo de sumisión-dominación debido al sexo,
          que impera, aún hoy en día, en muchos de sus ámbitos relacionales.

          La realidad es que, tras años de avances en políticas de igualdad, el problema social sigue
          vigente en la primera generación de adolescentes del siglo XXI. A pesar de ello, durante el
          año 2013 se han recortado un 21% en programas de prevención y un 18% en programas de
          políticas de igualdad.

          Se hace necesaria una protección que alcance a la totalidad de los adolescentes. Los pla-
          nes globales de los centros de estudio deben conllevar una formación especializada sobre
          el tema. La asignatura para la Educación de la Ciudadanía aglutinaba una gran parte del
          esfuerzo preventivo del problema con lo que la lucha contra la violencia de género y con su
          desaparición se ha perdido una de sus armas más poderosas, debilitándose el desarrollo y la
          profundización del aprendizaje basado en el respeto a los derechos humanos más elemen-
          tales, incidiendo en modo especial en el rechazo de la violencia.

          La prevención de conductas que provocan el afianzamiento de las relaciones sexistas, la
          expulsión de las ideas que sustentan el empleo de la fuerza como modelo de relación y la
          potenciación de la convivencia pacífica deben marcar los objetivos de educadores y demás
          profesionales. La intervención debe ser firme y contundente ante las variables que permitan
          y reproduzcan los comportamientos de violencia de género.

          Algunos estudios, como el realizado por la Universidad Complutense y La Delegación del
          Gobierno para la Violencia de Género, han ampliado la comprensión del fenómeno en
          nuestro país. Según este informe, centrado en la prevención de la violencia de género en los
          adolescentes, el 76,14% tiene una buena “protección” frente a la violencia de género; rechaza
          frontalmente el sexismo y la utilización de todo tipo de violencia, especialmente la de géne-
          ro. Por otra parte, el 18,90% tiene una protección intermedia frente a la violencia de género,
          justifica de cierto modo la violencia y tiene cierta tolerancia hacia el maltrato. Por último
          está el 4,96% de las adolescentes que son víctimas de la violencia de género, justifican el
          maltrato por parte de sus parejas, el sexismo, la violencia de género y la violencia en general.

          Otros datos elaborados por el Ministerio de Sanidad y la Universidad Complutense sobre
          la relación que mantienen las universitarias con sus parejas, concluye que el 10.11% piensa
          que en su vida de pareja se han visto aisladas de sus amistades; el 8,4% se ven sometidas a un
          control exhaustivo; el 6,2% ha sido insultada o ridiculizada; un 4,37% reconoce haber sido
          golpeada; el 11,7% obligada a realizar conductas sexuales no deseadas y el 10,1% reconoce
          que sus parejas han difundido mensajes, imágenes o insultos a través de internet.

          Los datos, preocupantes, no han tenido hasta hoy en día una respuesta similar a otros
          problemas surgidos en la adolescencia, ya que comparativamente no son significativos
          con respecto a los ofrecidos por otros países de nuestro entorno cultural. No obstante el
          incremento de las cifras aparecidas durante los últimos años ha de ser percibido como
          un problema de índole grave y es necesario redoblar los esfuerzos para su erradicación.
          Por supuesto que el conjunto de cogniciones y emociones dinamizadoras de ese tipo de
          conductas son de difícil extinción; pero, al menos, creíamos que íbamos en la dirección
          correcta. La alarma debería saltar cuando comprobamos que tenemos datos solventes que
          sugieren un cambio de tendencia: o sea, un notable retroceso a patrones interactivos que

          6 Infancia, Juventud y Ley
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