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Comentario y crítica de libros























          —No.                                                   —Y durante todos estos años en los que me desvivía por ti,
                                                                    ¿nunca sentiste vergüenza?
          —¿Por qué?
                                                                 —¿Cambiaría en algo las cosas?
          —Por qué él me eligió. Tú te habías limitado a aceptar mi
            propuesta.                                           —Para mí, sí.

          —Juegas con las palabras.                              —Una cantidad despreciable. No, nunca sentí vergüenza.

          —No me lo parece.                                      —¿Ni siquiera en el juicio, viendo lo mucho que yo sufría?

          —Si hubiera estado en ese bar en lugar de aquel belga, yo te   —No te miraba.
            habría elegido.
                                                                 La triste e incierta vida de un niño maltratado (abandonado
          —Pero no estabas. No se escribe la historia con suposiciones.  emocionalmente), acaba enseñando una de sus más peno-
                                                                 sas consecuencias: devolver el amor con odio, el cuidado con
          Solemos decir que la vulnerabilidad que facilita el maltrato   desprecio… en definitiva, desconfiando de todo. Para mues-
          infantil es una cuestión de falta de recursos. Ciertamente, a   tra, el último botón.
          menos recursos, mayor riego y menos defensas. Pero hay oca-
          siones en las que graves situaciones de desamparo devienen en   —No puedo hacerlo de otro modo. Los hijos no reconocidos
          una reacción de fuerza e incluso abuso desproporcionados: el   por sus padres sufren. Pero existe un sufrimiento aún ma-
          desamparo sumado a la inmensa capacidad de sobrevivencia   yor: el de un padre al que su hijo no reconoce.
          de los seres humanos, puede generar una suerte de capacidad
          vengativa sin dirección atinada, de indolencia psicopática.
                                                                                         ReNé SolÍS De oVANDo
          —El dinero no ha contado en mi decisión. Tenía quince años.
            Ningún hombre me había elegido como hijo. Tenía una
            necesidad monstruosa de que ocurriera.

          —¿Y ésa es la razón por la cual aceptaste un padre monstruo-
            so?

          —Me había elegido, te lo repito. Con eso bastaba.

          —Yo también te elegí.

          —No realmente. Y, de todos modos, no eras el primero.

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